Por: Luis Majul. El Gobierno tiene un problema gravísimo: casi nadie le cree nada, aún cuando dice la verdad. Por eso ni los mercados internacionales ni la opinión pública nacional aplaudieron la decisión de cancelar el pago de la deuda con el Club de París. Y por eso da la sensación que nada de lo que haga va a ser tomado en serio.
La delirante manera en que se movió durante el conflicto con el campo jamás va a ser olvidada. Y será recordada siempre para mal incluso por los kirchneristas más fieles. Porque jamás en la historia de la Argentina hubo un suicidio político tan notable e inexplicable como el que protagonizó la administración de Néstor y Cristina.
Despilfarro
“Viví con ellos lo mejor y lo peor. Fui leal hasta lo insostenible, y creo que no hay muchos que los conozcan tanto como yo. Pero juro que no los entiendo. No entiendo por qué Néstor dilapidó en cinco meses el proyecto de una vida” repite ante sus amigos Alberto Fernández, el ex jefe de Gabinete que los acompañó hasta la puerta del cementerio, pero se negó a entrar.
Con el escándalo de los trenes es igual. A esta altura, parece importar poco si fue un sabotaje o no. Lo que es evidente es que funcionan verdaderamente mal. Lo que es innegable es que los pasajeros tienen razones objetivas para explotar. Y, aunque nada justifique la violencia ni la destrucción de los vagones que pertenecen al Estado, hay un problema de fondo mucho más serio: la política de transporte, dominada por la inoperancia y la corrupción.
La ineficiencia es evidente. Ni siquiera vale la pena agregar un dato más. La corrupción no se ve pero se intuye: ¿adónde van a parar un alto porcentaje de los subsidios que da el Estado a los ferrocarriles y colectivos si no se gastan en inversión, capacitación y mejoramiento del servicio? ¿Por qué los jueces no activan alguna de las decenas de causas que hay contra el secretario de Transporte, Ricardo Jaime? ¿Adónde quedó el cuentito del Gobierno que iba a terminar con la escandalosa corrupción porque gastaría su energía en el proyecto de país que soñaron las generaciones que lucharon por una Argentina mejor en los años setenta?
No es sólo el desgaste. No es sólo la locura de la pelea contra el campo. Es el principio de una decepción. Y de eso no se vuelve.