Entre las celebridades, abundan los nombres de
escritores famosos que amaban a los gatos. Esta vez no me refiero a los gatos que, de tanto en tanto, se ponen en cuatro. Sino, pura y exclusivamente a los gatos que viven las 24 horas en cuatro.
Ernest Hemingway tenía un montón. Mark Twain tuvo nueve. Colette tuvo 16 y a uno le dedicó un libro. Lord Byron viajaba con sus cinco gatos. H. G. Wells tenía uno al que llamaba Mr. Peter Wells. Edgar Allan Poe tuvo uno apodado Catarina, que lo inspiró para una obra. Borges tenía dos, Odín y Beppo, y a uno le dedicó un poema. Y Osvaldo Soriano juraba que un gato le había dado la idea del cierre de su novela “
Triste, solitario y final”. Soriano incluso llegó a escribir: “Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos”. Pero, ¿por qué esta gente disfruta de los gatos y detestan a los perros? ¿Por qué es cool, intelectual y bohemio tener gatos, mientras que resulta boludón, decadente y necesitado tener perros? ¿Por qué toda esta gente seria, lúcida e inteligente tiene gatos y la única relación de los perros con celebridades se remite al chihuahua de Paris Hilton?