Si en este preciso instante usted se pregunta, ¿por qué publican una columna sobre reducción de chuchis, en un portal serio y prestigioso donde se debate el rol de los medios en la Argentina? Quiero que sepa que acompaño su inquietud y que yo también me pregunto lo mismo.
Ahora bien, le prometo que con esta columna la saga se acaba, pues una reflexión que plantee “¿Querés cerrar tu culo?” no va a despertar la curiosidad de nadie, excepto de algún reciente ex mandatario. Así que vamos al tema que nos compete aquí: las chuchis y en este caso, cómo devolverlas al lugar que Dios les dio y que históricamente el hombre se ha empeñado en transitar como si fuera una puerta vaivén.
Para nosotros, los varones, las chuchis siempre fueron un misterio, un paraje exótico, tupido –en ciertos casos más tupido que otros- y fundamentalmente incomprensible. Por mi lado, no me dedico a indagar mucho allí abajo, le dejo al amigo que haga este tipo de trabajo. Soy un convencido de que, las entrepiernas, se entienden bien entre ellas.
Una chuchi no es algo que se pueda medir a simple vista, como el bulto en un varón bien dotado –por ejemplo, el del autor de estas líneas y todo el staff masculino de este glorioso sitio-. Una chuchi es siempre un mundo de sorpresas. Mi debut –es decir, el comienzo de mi carrera como bulto profesional- comenzó con una mujer 20 años mayor, que tenía la chuchi tan grande que, por momentos, más que teniendo sexo, me sentía navegando en el Océano Pacífico. A lo largo de mi vida, conocí chicas pequeñas, tímidas y simpáticas que, al final de la noche, terminaban exigiendo que les sumergiera el puño allí dentro como si fuera un nido de topos. Conocí a una mujer que le encantaba que le metieran bombones. El problema no era meterle bombones. Si era por mí, podía haberle metido un kiosco entero, el problema era que después pretendía que me los comiera. Me gusta meter cosas en las chuchis. Pero no espero recibir nada a cambio. Especialmente en la boca. A los hombres estas cosas con bombones y alimentos almacenados, nos resultan muy difíciles de entender, pues anatómicamente venimos sin bolsillo –excepto el de atrás que es más bien como un monederito-. Para nosotros, no hay forma de saber si hay algo de placentero en jugar a la alcancía.
Pero ahora, como todo en la vida, las mujeres pueden alcanzar la silueta de su alcancía que tanto buscaban.
Para empezar, las cirugías íntimas no sólo son un éxito –más de un 90% de satisfacción en pacientes-, además, existe una amplia variedad para abastecer el rico universo de las chuchis, y con rico me refiero a variedad, por favor, no hay que confundirse con experiencias degustativas.
En Beverly Hills, un doctor llamado David Matlock cobra 13.000 euros por una “vulva de diseño” que es lo mismo que cualquier vulva, excepto que lleva la marca de Philip Starck. Matlock ya rejuveneció las chuchis de 51 mil mujeres, algunas actrices, modelos y estrellas porno con el músculo cansado. Uno de sus grandes éxitos es devolver el himen a las pacientes, que es el equivalente en los políticos a cortar la cinta inaugural de una represa hidroeléctrica. Si usted imaginaba que el himen era un nuevo superhéroe, está muy equivocado. Tal vez no vio ninguno a lo largo de su vida, pero existen –mi abuelo decía haber visto uno, pero también decía que lo habían raptado los extraterrestres-.
Al tratamiento lo llaman himenoplastía y Matlock lo cobra tres mil euros. No es ningún gil. En la Argentina, por ejemplo, la clínica Plenitas lo cotiza en 1.810 dólares y lo publicita como algunas películas de ciencia ficción. En su site, anuncia: “Vuelva el tiempo atrás”.
Una de las razones principales de la himenoplastía, son básicamente religiosas, pues cualquier persona en su sano juicio jamás gastaría 1.810 dólares por romper un envase de yogurt, destapar una mayonesa, o descorchar un vino, excepto que sea un loco mesiánico. A Matlock y a otros médicos de chuchis los llaman mujeres urgidas de una rápida reconstrucción pues están a punto de casarse con algún fanático religioso que cree que las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio. Estas mujeres, según se calcula, llaman a la semana de conocer la propuesta de matrimonio. Los seis días previos lo usan para desahogarse de la risa. “Tengo que conseguir que el ginecólogo escogido por la familia del novio crea que la chica es virgen. Engañar al marido es fácil. Al ginecólogo, un poco más difícil”, dice Matlock a un periodista prestigioso que lógicamente no soy yo. Los médicos garantizan que las pacientes con el himen reconstruido, tendrán un súbito desgarramiento en el acto sexual proporcional al de una monja de clausura. Eso sí, prometen, habrá un poco de sangre –y si no se remplaza con tuco casero-, y esta será, desde entonces, la primera de una larga cadena de engaños que le harán al dulobi del marido que, por otra parte, se lo tiene bien merecido.
En verdad, la número uno de las cirugías íntimas es la de rejuvenecimiento vaginal, difundida aquí por Alejandra Pradón. Y no estamos hablando ahora de esposos fundamentalistas y exigentes, sino de mujeres que quieren volver a sentir algo ahí adentro sin apelar a la verdulería del barrio. Como bien sabrá, el tiempo no sólo hace que a uno se le caiga el culo y le quede como Alfredo De Ángelis, además el tiempo debilita la tonicidad de la vagina, algo que no puede revertirlo ni comprándose un vibrador con forma de aparato de pilates. La cirugía –que cuesta 2.810 dólares en Plenitas- promete devolver el placer y aseguran que, a la hora del acto sexual, el hombre se sentirá más bien como dentro de un estuche a su medida y no como en una bolsa de Coto.
Después, naturalmente, hay cirugías más delicadas que ya no tienen que ver con la funcionalidad de la cajeta sino con razones que apuntan al capricho y a las ganas de tener una chuchi para hacer un cuadrito. Hay, por ejemplo, lipoesculturas, que Matlock las cobra hasta 5.500 euros, y que apuntan a reducir los labios mayores o el Monte de Venus -para mayores precisiones puede contactar a las autoridades del Planetario-. O también las llamadas labioplastias que, gracias a transplantes de grasa, que se toman de remanentes del programa “Cuestión de peso”, se rellenan los labios mayores, caídos tras tantas cochinadas, y quedan luego alineados perfectamente como sonrisa de Mona Lisa o como culo de mandril.
Muchas de las pacientes, confiesan los médicos, llegan con fotos de Revista Playboy y señalándolas les exigen: “La quiero así”. A su larga lista de cirugías, Matlock, el chuchólogo de Beverly Hills, aplica también el rejuvenecimiento de vagina por láser, un método inspirado en una escena del Regreso del Jedi. Dicen que esto mejora notablemente el placer sexual, en especial, si se conserva el láser encendido en el interior.
Y hay muchas más prácticas, que llenan los bolsillos de los cirujanos, y devuelven los años a las chuchis, y el fervor religioso perdido tras la liberación sexual.
Tal vez usted mal pensado imaginaba que al mundo sólo le interesaba su aspecto exterior. Ahora tras leer estas líneas acepta que hay muchas mujeres que, lejos de invertir en ropa y cosméticos, se preocupan por su interior. Arrepiéntase sinceramente e invierta 1.810 dólares en la campaña por la recuperación mundial del himen. Wanda Nara ya lo ha firmado.
Y bien, hasta aquí llegamos. Es el momento de la despedida, amigos. Tengo una represa hidroeléctrica por inaugurar. Autor:CICCO
